Jamás se está lo suficientemente preparado para partir, tanto para irse como para ver ir, a uno no le enseñan a estar listo para soltar y ver al viento llevarse las esporas de alguien que respiró el mismo aire que uno. No creo en la muerte, creo en los cambios de materia, el cuerpo no es más que el vehículo que confirma la existencia de la energía, y así mismo el cuerpo es energía. Hasta los años de vida que tengo hoy, no recuerdo haber tenido que atravesar una situación como esta, es decir, asumir el hecho de que no volveré a ver más a esa persona, sin embargo, el despedirme de etapas, relaciones, hábitos, lugares, se puede comparar con ello, de todas formas no he sentido el rigor de algo así.
Es paradójico como a través de la muerte se llega a una compresión más amplia y, por qué no, más profunda de la vida, casi como si para entender la vida tocara morir e irse con la enseñanza y dejársela a otros. Estoy en una cafetería, veo a dos señoras de avanzada edad tomar un café, parecen disfrutarlo, no creo que piensen en su muerte, no tendrían por qué hacerlo ¿o sí? Siempre me he preguntado si uno sabe que se va morir días antes de emprender el viaje, no lo sé.
Hace pocos días un amigo decidió empezar su viaje hacia un destino que aún resulta desconocido para mí, si bien considero la muerte como un hecho natural, creo que su profundo significado está atrapado por hechos lingüísticos, es decir, muerte existe en el imaginario académico de la mente pero, el hecho concreto es que la muerte no existe, el alma es eterna. Cuando algo muere no es más que el cambio de estado de la materia, el término pérdida es una acepción que recibe el hecho de que el ego siente que le falta algo, salir de su familiaridad para enfrentar un cambio de estado. La pérdida –como uno suele llamar referirse al ver morir a alguien- es más la incomodidad de la persona que ve al otro irse, no tengo duda de que quien se va, de verdad y como se dice coloquialmente, pasa a mejor vida, una libre donde los ojos ya no conocen de separatividad, el arriba y el abajo y se funden, el momento real donde el espíritu se siente uno con todo, el tiempo y el espacio se curvan y solo existe inmensidad oscura, ahí donde reside dios, conciencia colectiva o como se le quiere llamar.
Petit mort es una expresión francesa que hace referencia a ese pequeño período refractario inmediato al orgasmo, la pérdida de la conciencia mientras cada una de las partículas del cuerpo se han entregado en sudor y gemidos al cosmos, hasta cuando se hace el amor –o se tiene sexo- se muere, se abandona el cuerpo. Parte de la cuestión tabú con la muerte es que aún se le trata –al menos inconscientemente- como algo anti natura, cuando alguien cercano y querido muere parece el fin del mundo, viene el dolor y el duelo, asumir que eso ha desaparecido ante los ojos humanos, así siga presente su energía, cosa en la que creo férreamente. Todos los días hay muertes, uno muere en cada segundo de vida y esta exquisita dicotomía acerca al espíritu a una comprensión de la realidad mucho más natural, la muerte deja de ser un evento que lejos se parece a la desgracia con la cual uno está acostumbrado a verla. Las dos señoras que están al frente mío, en otra mesa, están muriendo en este momento, yo también lo estoy haciendo mientras escribo este manifiesto pre mortem, si tan solo entrara en la mente este chip de que se vive y se muere a diario, y si esta perfecta dialéctica existe así, pues ni la vida ni la muerte existen.
Para estar acá he debido morir de muchas formas, la resistencia que se pone frente a la muerte y el dejar ir es que, necesariamente, hay que abandonar la zona de confort de lo conocido para descubrir un mundo nuevo donde esa persona o situación ya no están. Entonces, ¿cómo se suelta? Hay que aprender a morir a diario, al menos en alguna cosa que se haga todos los días. A uno nadie le dice que desde el mismo momento en que uno empieza un trabajo o se mete en una relación hay que hacerlo con la premisa de que eso, como todo, también pasará, hay que entrenar a la mente y al espíritu, por más difícil y pragmático que suene, a que esta cuestión del mío no es más que una categoría del ego, algo donde siente que pisa seguro. Una parte de mí se rehúsa a creer que esto es así –la misma que escribe poemas y llena cuadernos con frases de amor-, otra, la más aterrizada, me abraza cuando logro encajar las ideas así, me da liviandad la verdad.
Inhalar, observar dejar ir
Una cosa es la realidad, otra cosa es la forma como se percibe; el miedo, la ira y la desesperación son el resultado de percepciones erróneas de la realidad. Cuando se habla de Nirvana –y lo que significa en la filosofía shramánica- se habla de liberación del sufrimiento, es decir, de todas las apreciaciones erróneas de la realidad, Nirvana significa apagar las llamas, enfriar. Nirvana no es un lugar o un estado al que hay que llegar, se nace en Nirvana y se está en él. Nirvana es la verdadera naturaleza de la realidad, es la cosa como es, está disponible siempre y usted, yo y todos somos Nirvana, no hay que morir para experimentarlo, ya lo hemos hecho y lo seguimos haciendo, será así por toda la eternidad, como la ola de mar que ya de por sí es agua y no necesita llegar a serlo.
Siendo así pues la muerte no existe, la verdadera naturaleza no tiene ni principio ni fin, no-nacimiento y no-muerte, si uno logra experimentar la verdadera naturaleza del ser, todas esas concepciones como el miedo, ira y desesperación –sentimientos que vienen con las pérdidas- se disipan por cuanto el alma conoce su verdadera esencia, el Nirvana.
Nadie se va cuando muere, de hecho –y el reto que se presenta ahí- es cómo empezar a reconocer la verdadera esencia de la persona –o cosa- ahora que ha cambiado de estado, aprender a reconocer su nueva manifestación. Esa persona que se va sigue ahí, mi amigo fallecido sigue acá, solo que ya no de la forma como estuve acostumbrada a verlo. El alma es sabia en su interior, ella recuerda desde el inicio de todo cómo reconocerse a sí misma, yo ahora puedo continuar hablando con mi amigo diciéndole sé que estás ahí, en tu nueva forma, te sigo amando y sintiendo porque es imposible que mueras.
Siento que mi amigo me mira mientras escribo esto, siento que, de verdad, él está acá a mi lado, sé que en este momento su energía recuerda par conversaciones que sostuvimos sobre esto, frases como volveré en forma de algo que te guste mucho me resuenan, y si me gustan los pájaros pues alguno se posará sobre mi ventana en algún momento.
Anitya.